lunes, 26 de septiembre de 2016

Una nueva enfermedad: el YO.

Una vez más está demostrado que seguimos siendo niños encerrados en cuerpos de adultos. Pero esta reflexión no está pensada para querer justificar la necesidad de volver a ser niños, sino más bien para recordar que hay regalos, como es el crecer, que se nos pierden por el camino.

Y digo que seguimos siendo niños porque constantemente aparecen episodios de egoísmo en nosotros. Recordemos que el egoísmo ya lo clasificó Piaget dentro del estadio preoperacional, y que esta característica del ser humano en concreto se desarrolla entre los dos y los cuatro años. Para los que anden perdidos refrescaré la definición que nos da Santrock (2006) sobre el egoísmo: "es la dificultad para distinguir entre una perspectiva propia y la de otros".

Por eso parece que nos hayamos quedado en la infancia, porque en lugar de superar esta etapa, e ir tomando conciencia de la visión que pueden tener los demás, de ir madurando, seguimos creyendo que la verdad absoluta es la que ven nuestros ojos. El problema que tenemos nosotros los adultos, no es que confundamos nuestra perspectiva con la de los demás, no. Nuestro verdadero problema es que no hacemos ni siquiera el esfuerzo por ver las diferencias de perspectivas. Hemos pasado a ser una sociedad habitada por seres tan altamente encerrados cada uno en si mismos, que se nos ha olvidado uno de los principios básicos del ser humano: somos un ser social.

Al igual que una semilla sabe por su propia naturaleza que necesita del entorno para desarrollarse, que no puede crecer sin lo que el medio le aporta, nosotros tenemos que recordar constantemente que nuestras vidas se rigen por las decisiones que tomamos, y que éstas afectan no sólo a nosotros mismos, sino también a los demás, y que casi siempre necesitamos de los demás incluso para poder llevar a cabo cualquier acción.

Abandonemos ese pensamiento de "primero yo, luego para mí, y si sobra, me lo quedo". No queraos "pisarnos" unos a otros. Escuchémonos. Ayudémonos. Construyamos un mundo, y eduquemos, desde el compartir, la empatía y la solidaridad. Descubriremos que la felicidad que conseguíamos antes... era fría. Y que la nueva felicidad es compartida, mucho más cálida y confortable para el corazón.

Porque una felicidad conjunta, multiplica la individual.

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